En los albores de la crisis sanitaria, se iniciaba un punto de inflexión en la perfumería. Lejos de las fragancias llamativas que saturan el mercado, surgía entre los consumidores una búsqueda de transparencia e intimidad. Una aspiración incipiente que el covid no ha hecho más que afirmar.
La fragancia se aleja del campo de la seducción para adentrarse en el del bienestar. Los acuerdos dulces dan paso a una adicción más sutil, a través del juego de texturas. Si las notas caramelizadas están todavía presentes, la avidez se vuelve a dibujar. La suavidad de los matices lácteos, que toman sus acentos cremosos del sándalo, como Oh Là Là de Téo Cabanel (2020).
Los almizcles blancos, con sus evocaciones sensuales de la piel, o los olores tranquilizadores de la limpieza, son un gran éxito. For Her Pure Musk de Narciso Rodríguez o Idole de Lancôme (2019) son ejemplos de una tendencia que ha florecido con el covid. Algunos ejemplos son Musc Outre-Blanc de Guerlain (2022), o Sun Bleached de Une Nuit Nomade (2020).
Las flores blancas y radiantes aportan luz a nuestras vidas. Entre ellas, la flor de azahar, muy en boga, cuya frescura y sensualidad esconden un lado calmante “feel good”. En torno a las casas “aromacológicas”, como Anjalogie, está surgiendo una visión del “cuidado del perfume” que celebra su poder positivo sobre las emociones.
Como antídoto a la penumbra, la Reina de las Flores invita este año a las marcas a hacernos ver la vida de color rosa: L’Eau Rose de Diptyque, Mémoire de Roses de L’Artisan Parfumeur, La Petite Robe Noire Rose Rose de Guerlain, y el trío de tres nuevas rosas de Tom Ford.
En consonancia con el deseo de naturaleza que ha florecido durante los encierros, los perfumes se vuelven verdes. L’Artisan Parfumeur sublima las verduras con su gama Le Potager, mientras que Roos & Roos lanza “Les Simples”, una colección de aire bucólico… Como si nos invitara a cultivar nuestro propio jardín a la sombra de una noticia opresiva.
Sophie Normand