Cuna de la humanidad, hogar de los primeros cristianos y puerta de las entrañas de la tierra, este país del “Cuerno de África” posee una riqueza humana, cultural y natural excepcional.

Desde su capital, Addis Abeba, dirigirse al sur significa retroceder unos cuantos millones de años, porque es en el Valle del Rift, atravesado por el río Awash, donde surgieron los primeros homínidos, compañeros de Lucy. Una tierra incansablemente excavada por los paleoantropólogos que está lejos de haber revelado todos sus secretos.

Erigidos entre los milenios X y II a.C., unos 160 yacimientos megalíticos siguen intrigando a los investigadores. Bajando por el eje del Gran Rift africano, llegamos al valle del Omo, donde muchos grupos étnicos intentan conservar sus tradiciones ancestrales, sus lenguas y su forma de vida en simbiosis con la naturaleza, preservada hasta los años 60 por el aislamiento en el que habían permanecido. Luego, dejamos atrás los lagos y las fértiles colinas para adentrarnos en las tierras altas del norte, crisol de una historia trimilenaria, cuya leyenda fundacional cuenta que el hijo de la reina de Saba y de Salomón, Menelik I, transportó el Arca de la Alianza a su capital en Axum… 

Aunque Etiopía es hoy uno de los países más pobres y maltratados del mundo, con una mayoría de pequeños agricultores y pastores, su pasado de esplendor se puede ver en sus sitios del Patrimonio Mundial de la UNESCO, como los palacios de Gondar y las fabulosas iglesias excavadas en la roca de Lalibela. Este lugar, el mayor sitio cristiano de África, es un espacio de peregrinación para los etíopes, que practican su fe tal y como la adoptaron en el siglo IV. Cerca de allí, las montañas Simien se elevan a más de 4.000 metros, mientras que cruzar el desierto de Danakil por debajo del nivel del mar da acceso a las extraordinarias formaciones ácidas multicolores del volcán Dallol y al lago de lava Erta Ale. Las caravanas de camellos que explotaban la sal de esta depresión de Afar dan paso ahora a la minería…

Sophie Reyssat