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LA REUNIÓN UNA ISLA CON CARÁCTER

Los caprichos de los volcanes han dado forma a esta fértil tierra barrida por los vientos alisios cargados de humedad. Despliega paisajes salvajes cuya biodiversidad ha sido preservada por el terreno accidentado.

La Reunión puede ser una isla, pero no es su costa, sino su excepcional geología, lo que le da su encanto. Podrás comprobarlo en un paseo en helicóptero, desde el vuelo sobre el cráter del Dolomieu -si se digna a revelarse- hasta el descenso al Trou de fer, rozando las paredes para admirar sus cascadas. Un reto para los pilotos. Sólo queda calzarse las botas de montaña para adentrarse en el corazón de este relieve volcánico, atravesado cada octubre por el ultra trail Diagonale des fous, uno de los recorridos más arduos del mundo. Cada uno de los circos tiene su propia identidad: Cilaos es abierto y muy visitado, Salazie es el más verde y está adornado con cabañas criollas, y a Mafate sólo se puede acceder por caminos empinados.

 Pequeñas mesetas rodeadas de barrancos, sus islotes ofrecen refugio a caseríos abastecidos por el aire. El tec-tec se convierte rápidamente en la mascota del excursionista al que sigue revoloteando, mientras que arañas de gran tamaño, pero pacíficas y no venenosas, adornan los árboles con bordados. Será cuestión de elegir el camino correcto, entre el sendero casi plano de la canalización de naranjos aferrada a la ladera del acantilado, que ofrece unas vistas impresionantes para los propensos al vértigo o las duras subidas al refugio Caverne Dufour. Un gran esfuerzo que hay que celebrar con ron, (con moderación, claro) pero que te permitirá despertar con el amanecer desde el Piton des Neiges, que culmina a 3071 m, en los restos de un volcán extinguido desde hace unos 30,000 años.

El estudio de este volcán ayuda a comprender mejor la evolución del Piton de la Fournaise, cuyas erupciones regulares atraen a multitudes al borde de la muralla que delimita el recinto donde se vierte su lava. Cuando hay una pausa en las erupciones, está abierto a los excursionistas, que no perderán de vista los puntos blancos pintados en las corrientes, ya que la lluvia y la niebla pueden caer sobre ellas sin previo aviso. 

Es esta humedad tropical la responsable de la exuberancia de la isla. Los senderos serpentean entre una tripa de verdor que oculta el cielo, otros se abren paso entre los helechos arbóreos autóctonos -el fanjan-, mientras que los tamarindos del bosque de Belouve se cubren de plantas epífitas. A barlovento o sotavento, basta con cambiar de vertiente o recorrer unos pocos kilómetros para sumergirse en el corazón de un nuevo ecosistema, ya que la isla cuenta con nada menos que 180 microclimas.

Sophie Reyssat